En Brasil, ya desde hace varios decenios, se está llevando a cabo un extraño proceso aparentemente irreversible, del cual no hay rastro en los diarios y mucho menos en los periódicos especializados.
A partir de 1980 se han ido creando las llamadas “tierras indígenas”, cuya meta oficial es la de preservar los territorios ancestrales de los autóctonos, protegiendo sus culturas, lenguas y tradiciones.
Prácticamente sucede lo siguiente: cuando un territorio se reconoce como “indígena”, aunque la población de los autóctonos sea inferior en número a la de los campesinos “no indígenas” (la estadística suele establecer que de 10 habitantes, sólo uno es indígena), cada “no autóctono” debe marcharse para siempre del territorio y sus propiedades son confiscadas después del pago de una mínima compensación. Además, está totalmente prohibido el acceso a cualquier persona que no sea indígena (incluso autóctonos de otras tierras), sea brasilera o extranjera.
Uno de los primeros territorios demarcados fue el de los Yanomami (en el Roraima), después de que el explorador inglés Robin Hambury-Tenison (actual presidente de Survival International) tuviera contacto con algunos nativos.
En principio, la tierra indígena Yanomani tenía “sólo” 50.000 kilómetros cuadrados, pero en 1991 se expandió a unos 94.000. Extrañamente, se introdujeron en la “reserva” zonas riquísimas en oro, estaño, niobio y minerales radioactivos, tal como indicó el proyecto Radam-Brasil en 1975.
Por otro lado, lo que causa perplejidad es la inmensidad de la extensión de la tierra indígena Yanomami: 94.000 kilómetros cuadrados donde viven apenas 7000 nativos.
La pregunta que surge de inmediato es: ¿qué necesidad tienen 7000 personas, que ya no son nómadas, puesto que viven de manera sedentaria en los alrededores de algunas misiones (como la de Xitei), de 94.000 kilómetros cuadrados?
En el transcurso de los años, la demarcación de dichas tierras indígenas continuó, pues se crearon las áreas indígenas Xingú, Alto Javarí, Alto Río Negro (la llamada cabeza do cachorro, “cabeza del perro”, en la frontera con Colombia, de una extensión de 80.000 kilómetros cuadrados), Tumuqumaqué, Kayapo, Xingú, entre muchas otras.
Hoy en día, el total de las tierras indígenas brasileras se acerca a 1.096.000 kilómetros cuadrados, el 13% de todo Brasil.
Algunos periodistas brasileros denunciaron, hace ya algún tiempo, esta situación, sosteniendo que la causa indigenista y ambientalista esconde en realidad un proyecto de privatización global de la Amazonía brasilera.
Por lo general, al interior de cualquier tierra indígena hay una misión. Los autóctonos ven al religioso como aquel que los salvó de los “brasileros blancos” que querían apropiarse de sus tierras. Como el misionero habla el idioma del jefe de la tribu, tiene la posibilidad de influenciarlo.
Por consiguiente, se crea una situación en la que quien demarca estas inmensas tierras quiere poder disponer de territorios inmensos sin que ningún periodista tenga la posibilidad de examinar lo que está sucediendo.
Asimismo, se están creando seres humanos dóciles y fáciles de influenciar, los cuales no tienen acceso a la información exterior y, sobre todo, no saben cuál es el valor internacional de los recursos (hídricos, mineros, de biodiversidad) presentes en su territorio.
Siguiendo esta lógica, el extranjero interesado en los recursos del área indígena negocia directamente con el cacique, quien es dócil, influenciable, corruptible, con el fin de poder llevar a cabo estudios de sector, estratégicos y geo-económicos, en las áreas en cuestión.
Los territorios que se han demarcado como “tierras indígenas” son riquísimos: además del bien más precioso del planeta, el agua (miles de millones de toneladas), hay oro, estaño, platino, uranio, plutonio, niobio (coltan), plata, cobre, molibdeno, tantalio, valiosa leña, además de un recurso que será cada vez más importante en los años futuros: la biodiversidad.
En efecto, algunos bio-piratas ya han desde hace tiempo extraído importantes principios activos (muy útiles para la creación de medicinas, cosméticos y alimentos) de miles de especies animales y vegetales endémicas de las tierras indígenas de Brasil y de otros países amazónicos.
Mientras que se delimitaron tierras escasamente pobladas no surgieron particulares problemas, pero en el 2005, cuando el FUNAI (Fundacion nacional do Indio) convalidó la demarcación de la llamada tierra indígena “Raposa Serra do Sol”, situada en Roraima, en el extremo norte del Brasil, en la frontera con Guyana y Venezuela, explotó un fuerte conflicto social.
El territorio llamado “Raposa Serra do Sol” tiene una extensión de 17.430 kilómetros cuadrados y allí viven sólo 19.000 indígenas, sobre todo de etnias Macuxí, Ingaricos, Patamonas, Taurepangues y Uapixanas.
Según los datos del gobierno, sólo a partir de 1900 los no indígenas (colonos brasileros) se establecieron en el área y dieron inicio a la producción de arroz y a la ganadería de bovinos.
En cambio, los descendientes de los colonos, que sostienen que la ocupación inicial se remonta a los tiempos de los portugueses, o bien, al siglo XVIII, no aceptaron las indemnizaciones del gobierno y protestaron fuertemente para evitar la expropiación, argumentando que sería posible mantener una convivencia pacífica con los indígenas, dada la inmensidad de las tierras en cuestión. Además, afirman que si bien las praderas y las tierras destinadas al cultivo de arroz no superan el 2% de todo el territorio, contribuyen al 6% de la economía de todo el estado del Roraima.
En junio del 2007, el Tribunal Supremo del Brasil declaró que el territorio Raposa Serra do Sol tenía que ser inderogablemente “evacuado” de cualquier no nativo.
En marzo de 2008, la policía federal inició una operación llamada Upatakon III, que tenía el propósito de efectuar la expulsión forzada de los campesinos del área, pero éstos reaccionaron fuertemente y no obedecieron las órdenes de la policía.
En el mes de abril de 2008, el gobierno del Roraima pidió al gobierno federal la suspensión de la orden de evacuación de las tierras de parte de los no nativos.
El gobierno respondió enviando a la fuerza de seguridad nacional para que apoyara a la policía federal, pero todo aquello se resolvió en ulteriores tensiones con las poblaciones locales de colonos y campesinos.
Hasta el día de hoy, en el territorio de Raposa Serra do Sol perdura un estado de tensión continuo, y muchos no nativos ya han abandonado para siempre sus tierras. En cambio, los indígenas han sido relocalizados varias veces, lo que responde a lógicas que no son siempre fáciles de comprender.
¿Qué está sucediendo realmente en la Amazonía brasilera?
Según algunos periodistas, se está creando una enorme franja territorial, llamada “corredor del norte”, donde el acceso a los brasileros no indígenas está completamente prohibido.
La tierra indígena “Raposa Serra do Sol” hace parte de este proyecto casi desconocido a nivel internacional, el cual no hace más que reducir la soberanía del Brasil. De hecho, si a estas tierras indígenas nadie puede entrar puesto que el acceso está totalmente vetado a los ciudadanos normales y si nadie puede verificar qué sucede al interior, ¿no es quizá esto ya una pérdida de soberanía, que por denominación pertenece al pueblo?
Por desgracia, es casi imposible comprobar qué sucede al interior de las áreas indígenas. Sin embargo, los informes de ingreso de entidades extranjeras (ONG) están a la orden del día. Cuáles sean las actividades llevadas a cabo por tales ONG es difícil establecerlo, pero muchos analistas concuerdan en el hecho de que se están realizando estudios enfocados en la explotación de biodiversidad y de minerales estratégicos. Queda la duda de si estas labores se están gestionando para el provecho de pocas personas y no ciertamente para el beneficio de toda la humanidad.
Por: Yuri Leveratto