Durante mi último viaje a Perú, tuve la oportunidad de conocer, junto con mi amigo, el arqueólogo Ricardo Conde Villavicencio, el angosto valle de Patambuco, en el departamento de Puno, con el fin de documentar y estudiar la ciudadela fortificada de Trinchera, espléndido sitio arqueológico, el cual es poco conocido.

El viaje comenzó en Puno, maravillosa ciudad ubicada frente al lago Titicaca, de donde, en un gran jeep, nos dirigimos hacia el interior del departamento.

En aproximadamente cuatro horas de viaje llegamos al altiplano de Ananea, el cual visitamos el año pasado cuando fuimos a La Rinconada, el pueblo más alto del mundo.
La meseta de Ananea, situada a unos 5000 metros sobre el nivel del mar, se parece a un inmenso queso gruyer. La zona minera, en efecto, se extiende en gran parte del altiplano, de donde se extrae principalmente oro, pero también otros minerales.
En la meseta, que es un intricado laberinto, entramos varias veces al camino errado, pero, al fin, algunos mineros nos señalaron la vía correcta.
Luego continuamos en la carretera destapada, donde soplan vientos gélidos, mientras que, a lo lejos, podíamos divisar el Nevado de Ananea, a 5850 metros de altura sobre el nivel del mar.

Después de unas dos horas de viaje, llegamos a las cabeceras del río Patambuco, un afluente del Río Inambari (cuenca del Río Madre de Dios), en el estrecho valle. Cuando entramos en éste vimos numerosos grupos de vicuñas que pastaban libres.
A continuación, nos sumergimos en la “neblina” y recorrimos un angosto sendero destapado al borde del precipicio.

Una vez que llegamos a Patambuco, un pueblito situado en la cresta derecha del valle, a unos 3400 metros sobre el nivel del mar, nos dirigimos de inmediato al sitio arqueológico de Colo Colo, un poco más abajo del pueblo.
De un cuidadoso análisis del lugar se deduce que el pueblo que construyó las “chullpas” (urnas funerarias) de Colo Colo vivía un poco más abajo, donde hoy se pueden ver los restos de una antigua ciudadela. Mi amigo, el arqueólogo Ricardo Conde Villavicencio, sostiene que el pueblo de Colo Colo (el cual yo considero que perteneció a la cultura Lupaca), no tuvo nada que ver con quienes vivían en la ciudadela fortificada de Trinchera, situada en la cima de la montaña, aproximadamente 1000 metros más arriba.
Ya alrededor de las 4 de la tarde, Patambuco se vio envuelto en una espesa manta de neblina, la condesa de la humedad que proviene de la selva. Llegando la noche, la temperatura descendió a los 5 grados y la fuerte humedad nos causó la desagradable sensación de “frío en los huesos”.

Encontramos albergue en la casa de unos parientes de Ricardo, quienes nos recibieron con un plato de gustosas patatas típicas de la zona, además de maíz hervido, arroz e infusión de mugua, una especie de hierba aromática parecida a la menta.
A la mañana siguiente nos despertamos al alba y, después de un nutritivo desayuno a base de maca, empezamos a caminar hacia la fortaleza de Trinchera. Nos acompañó Héctor Caracciolo, un campesino de 63 años, de origen italiano.
Para llegar a la fortaleza (cuyas coordenadas son 69 grados 38’ Oeste y 14 grados 26’ Sur), hay que caminar aproximadamente una hora, escalando hasta llegar a una altura de 4200 m.s.n.m.

A lo lejos se ven las cimas nevadas: los rayos del sol resaltan sus contornos, pero de abajo sube con rapidez la neblina que amenaza envolver todo el valle con su mórbido abrazo.
Por fortuna, cuando llegamos a las cercanías de los poderosos muros que defienden la fortaleza, el cielo se había puesto terso y el sol reinaba brillante en el cielo azul.
Eran las 7 de la mañana, y un aire frío, junto con una brisa punzante, acompañaban nuestra visita.

La arcaica fortaleza estaba allí, delante de nosotros, como la herencia de un pueblo desconocido que vivió en aquel lugar hace aproximadamente 700 años.
Después de un atento análisis del sitio arqueológico, concluimos que tiene una extensión de 120.000 metros cuadrados (un poco más de 1/10 de kilómetro cuadrado). Al interior de la fortaleza hay unas 500 casas, tanto circulares como cuadrangulares, hechas de losas de piedra; de lo que se infiere que la población total de Trinchera pudo haber alcanzado los 1500 individuos.

Como techo para las casas (de unos 3 metros de diámetro o de lado) se utilizaban palos de madera y paja, materiales hoy perdidos.
Caminando hacia la cima de la fortaleza, que luego corresponde también a la cúspide de la montaña, se nota cómo las casas son más amplias y mejor construidas. De esto se deduce que quienes pertenecían a la élite de Trinchera, el rey, la nobleza y los sacerdotes, vivían más arriba, mientras que en la entrada de la fortaleza vivían los guerreros y los campesinos.

Trinchera era una sociedad basada en el autoconsumo y en la guerra (incursiones en los valles), razón por la cual no se practicaba el comercio con otros pueblos.
Justo en la cumbre de la fortaleza se puede observar un gran bloque de piedra utilizado, probablemente, como altar ceremonial. Se observan algunas cavidades en la roca, usadas posiblemente para poner algunas ofrendas a los Dioses: hojas de coca, granos de maíz y semillas de quinua.

Surge la pregunta de por qué el antiguo pueblo de Trinchera decidió construir una ciudadela fortificada en un lugar tan remoto, frío y húmedo, a una altura aproximada de 4200 m.s.n.m. y tan lejos de las partes bajas del valle, donde se puede cultivar fruta, hortalizas y donde el clima es más templado.
Para responder a esta pregunta hay que considerar que los antiguos tenían una concepción de vida completamente distinta de la nuestra. Daban mucha importancia al culto del Sol y, por esta razón, ubicaban sus lugares de culto en sitios muy elevados, cerca del cielo, justamente. Luego, hay otros motivos: una fortaleza rodeada de gruesos muros, situada a 4200 m.s.n.m. es difícilmente expugnable (la ciudadela pre-incaica del altiplano de Marcahuasi presenta algunas similitudes con Trinchera, aunque esta última está situada en una vertiginosa cima).

El pueblo de Trinchera vivía de agricultura y cultivaba patatas, además de maíz, quinua y otros cereales andinos. Probablemente, criaba camélidos andinos como llamas, alpacas y vicuñas.

La parte baja del valle estaba habitada por el pueblo de los Colo Colo. Quizá los Trinchera realizaban incursiones en el bajo valle con el fin de apropiarse de alimento y de mujeres, motivo por el cual se refugiaban en la fortaleza, a salvo de posibles represalias.
Según el arqueólogo Ricardo Conde Villavicencio, la cultura Trinchera se remonta al período post-Tiwanaku y se sitúa en el horizonte temporal del 1250-1300 d.C.
Este período, que se define como época de los gobiernos regionales o reinos independientes, va del 1200 al 1400 d.C., cuando todo el territorio correspondiente al actual departamento de Puno fue conquistado por la etnia de los Incas.

En la ciudadela de Trinchera se encontraron fragmentos de cerámica con dibujos de guerreros, felinos y cóndores, además de utensilios de bronce y cobre.
Ricardo Conde Villavicencio sostiene que después de la caída del imperio de Tiwanacu hubo una especie de “medioevo andino” que llevó a una retro-evolución cultural y social, o bien, detuvo el progreso de la civilización. Trinchera fue, entonces, uno de los varios reinos independientes que se formaron en la era post-Tiwanacu (hay algunas otras “fortalezas” en la zona, como Limbani, Phara, etc.)

En cuanto a la conservación, el estudio y la divulgación de este maravilloso sitio arqueológico, se espera que en el futuro las autoridades lo preserven e incentiven un proyecto arqueológico profundo, de manera que se pueda saber más sobre la vida del antiguo pueblo de los Trinchera.

Por:Yuri Leveratto
yuri leveratto


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