Con la guerra fría en sus peores momentos y tanto Estados Unidos como la Unión Soviética cuidando sus movimiento en tierra, existía un camino no dominado: el espacio.

Había que comenzar de un modo que no provocara al enemigo, pensaba el presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower.

Se aprovecharía el Año Geofísico Internacional que iría de julio de 1957 a diciembre de 1958. Los preparativos andaban ya desde 1954.

Pero algo sucedió. El 4 de octubre de 1957 la Unión Soviética anunció el lanzamiento del primer satélite al espacio, el Sputnik, una bola de metal de unos 58 centímetros de diámetro. Y antes de dar respiro, un mes más tarde lanzaron el segundo.

Un hecho que sugería que tirar bombas sería tan fácil como lanzar satélites al espacio y eso preocupó.

Con esa presión, el gobierno norteamericano no tuvo más que ordenar el lanzamiento del cohete Vanguard, que ya había realizado un vuelo suborbital.

El 6 de diciembre se lanzó, pero se destruyó en el acto. La reputación tecnológica quedó en entredicho.

A las carreras

Había un plan B. El cohete escogido había sido el de la Armada, pero el Ejército había continuado con el suyo, el Juno, con la participación del Jet Propulsion Laboratory, del Instituto Caltech, entidad dedicada a colaborar con el programa de defensa del Ejército.

La orden presidencial era tener listo el cohete y el satélite en 90 días. Tomó 84.

Este aparato, del tamaño de dos pelotas de baloncesto, pesaba 30 libras, 18 de ellas de los instrumentos a bordo.

Fueron lanzados el 31 de enero de 1958 a las 10:48 de la noche, hora del este, desde Cabo Cañaveral.

Una hora y media después, la estación de rastreo del JPL en California recogió la señal transmitida desde órbita.

El éxito quedó enmarcado, como se quería, dentro de aquel Año Internacional.

Tras anunciar el logro, la prensa fue recibida por personajes como Wernher von Braun, quien había participado en el desarrollo del cohete para el ejército y quien luego diseñó los Saturno V, que fueron la base de las misiones Apolo a la Luna. Antes había trabajado en el programa de misiles alemán V-2 que lanzó bombas sobre Londres en la II Guerra Mundial.

También estuvo el físico James Van Allen, cuyo instrumento, un detector de rayos cósmicos, había sido escogido para ir en el satélite.

Fue otro logro. Permitió sugerir la existencia de unos cinturones alrededor de la Tierra, que luego denominaron en su honor, unas regiones de partículas de alta energía con forma de dona contenidas allí por el campo magnético del planeta.

El nombre del satélite no estaba claro antes del lanzamiento. Luego fue llamado Explorer 1, con el cual se bautizaron decenas de estos artefactos en las décadas siguientes.

Vaivenes

Los lanzamientos que continuaron no estuvieron exentos de fallas.

De los cinco primeros satélites dos no alcanzaron la órbita, pero los otros tres ayudaron a confirmar la existencia de los cinturones de Van Allen, que figuran entre los culpables de que la Tierra sea habitable.

Ese mismo año, el Congreso de Estados Unidos creó la agencia espacial, la Nasa, y el JPL, que tuvo un papel fundamental en el Explorer 1 quedó como su laboratorio, aún siendo parte del Caltech.

El Explorer envió información durante cuatro meses. El 23 de mayo de 1958 dejó de hacerlo. Y doce años después, el 31 de marzo de 1970, reingresó a la atmósfera en su órbita 58.376 consumiéndose sobre los cielos oscuros del Pacífico sur.

Como recordó Michael Watkins, actual director del JPL, “el lanzamiento del Explorer 1 marcó el inicio de los vuelos espaciales de EE. UU., así como la exploración científica del espacio, lo que condujo a una serie de misiones que abrieron los ojos de la humanidad a las nuevas maravillas del Sistema Solar”,

Y ahí está el valor de ese primer y firme paso dado hace 60 años.

Por: Ramiro Velásquez Gómez


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