Mi viaje a los petroglifos de Pusharo tuvo lugar en el 2008.
El objetivo principal era analizar de cerca uno de los más importantes petroglifos del mundo, tanto por complejidad como por grandeza, y profundizar, de esta manera, el estudio de etnias amazónicas que recorrieron la zona en épocas que se remontan al Mesolítico, cuando el clima en la Amazonía era diferente al de ahora.
El viaje inició en el pueblito de Atalaya, en las orillas del Río Alto Madre de Dios, de donde, en compañía de mi amigo Fernando Rivera Huanca, me embarqué en una lancha a motor con destino a Lactapampa (departamento de Madre de Dios). Al día siguiente remontamos el Palotoa y dormimos en la aldea indígena de Palotoa-Teparo.
En el pueblo de los Machiguenga (autóctonos de etnia Arawak), conocí a Guillermo, quien al otro día nos acompañó hasta el magistral grabado, junto con mi amigo Saúl Robles Condori.
En aproximadamente 4 horas de camino llegamos al Río Shinkibeni, donde se encuentran los petroglifos, uno de los lugares arqueológicos más importantes de América, aunque sea poco conocido.
El sitio fue descubierto en 1921 por el Padre Vicente de Cenitagoya, quien lo interpretó como un conjunto de letras góticas.
En mi opinión, la mayoría de los signos incisos en la pared principal de Pusharo, de unos 25 metros de longitud y 4 de altura (en total, hay tres paredes de petroglifos separadas la una de la otra), es de origen amazónico y se hizo usando duras piedras, quizás bajo el efecto de alucinógenos como la ayahuasca. Hay algunos símbolos de origen incaico, pero yo creo que los hicieron, en épocas más recientes, los antepasados de los Machiguenga, influenciados por algunos Incas que pasaron por el valle (quizá la mítica expedición del Inca Pachacutec).
Algunos símbolos merecen un análisis específico. El llamado “rostro de Pusharo” o figura con forma de cabeza tipo “máscara” (repetido al menos 6 veces), es la más enigmática de toda la pared, la cual yo considero que representa sencillamente la tribu a la que pertenecieron los autores del magistral grabado, casi como si se tratara de una demarcación territorial. (Hay un rostro más “tosco” también en la segunda pared).
A mi parecer, los petroglifos de Quiaca, que estudié y catalogué en mi reciente viaje al departamento de Puno, deben relacionarse con los de Pusharo, puesto que también ellos presentan “rostros” muy parecidos, aunque más estilizados (dos en total).
En Pusharo hay, además, muchos signos abstractos, a menudo círculos concéntricos o espirales, que pudieron haber sido hechos bajo el efecto de la ayahuasca. Hay círculos simples, dobles o concéntricos. También hay una estructura semicircular subdividida en rombos a su vez punteados, que podría simbolizar un calendario. Luego, hay algunos símbolos astronómicos como el sol, con rayos rectilíneos o triangulares.
Los símbolos zoomorfos no son muchos: hay un conjunto de puntos que hace pensar en la huella de un felino, algunas líneas en forma de serpiente y varios signos tridigitales, como si fueran huellas de aves. El hecho de que los símbolos zoomorfos no sean muy numerosos podría sugerir que los autores de los petroglifos estaban sólo al comienzo de un largo proceso que los llevaría más adelante a desarrollar verdaderos cultos totémicos (culto del felino, serpiente y cóndor, típicos de las civilizaciones andinas).
Si bien visité a Pusharo hace más de un año, quise esperar a sacar conclusiones al respecto, sobre todo porque quería primero analizar e interpretar los petroglifos de Quiaca, que en mi opinión, son obra de la misma etnia amazónica que estaba en camino de la selva a la sierra alrededor del sexto milenio antes de Cristo. La selva amazónica, durante el Mesolítico, no era tan espesa e intricada como lo es actualmente y los pueblos que vivían allí podían moverse con menos dificultades que hoy en día.
Probablemente viajaron hacia la sierra, recorriendo los valles del Alto Madre de Dios y del Río Inabari (luego Huari Huari y Quiaca), para intercambiar productos típicos de la selva (coca, oro, plumas de aves, plantas alucinógenas y medicinales) por productos andinos (cereales como la quinua o quiwicha, maca y camélidos como llamas, alpacas, guanacos y vicuñas).
Incluso el nombre Pusharo, que en el valle de Quiaca se convirtió en Poquera, y por tanto, en la civilización andina Pukara (predecesora de Tiwanaku), que quizá significa “fortaleza”, podría significar que la etnia amazónica que recorrió los valles de la selva a la sierra “exportó” este término.
Según algunos lingüistas, los indígenas Uros, que viven en el lago Titicaca, tienen un lejano origen Arawak, por consiguiente, amazónico. ¿Son ellos los descendientes de la etnia Pusharo que atravesó los valles del actual Madre de Dios en dirección a la sierra hace algunos milenios?
El análisis genético del DNA de los Uros, comparado por ejemplo con el de los Matsiguenkas, podría darnos resultados sorprendentes. Por ahora, sólo la investigación en el campo, tratando de analizar los diversos elementos a nuestra disposición, nos puede acercar a la verdad, revelando los misterios de la prehistoria de la Amazonía, la cual es aún poco conocida y estudiada en la perspectiva arqueológica.
Por: Yuri leveratto